Con la siguiente entrada quisiera compartir el texto de la ponencia que presenté en el foro “Homenaje al Maestro Estanislao Zuleta”, organizado por el Instituto Colombiano de Derecho Procesal y su Capítulo Valle del Cauca.
En Filosofía, muchas veces, para conocer a los grandes autores hay que estar pendientes de algunas palabras o términos indispensables, insustituibles, que por su importancia en la obra de algunos de ellos, resultan vitales para no tergiversar su mensaje, si es que ello es posible, pues según la Deconstrucción “todo libro tiene tantas lecturas como lectores".
De esta manera, en seguida se abordará el término “Rumiar” en la obra general de Nietzsche, que paradójicamente expresa la necesidad que tiene el ser humano de rumiar sus propias producciones para poder entenderlas y madurarlas, pero, asimismo, explica ese apego insensato que los seres humanos pueden llegar a tener por sus propias palabras, y que muchas veces coarta su creatividad.
Proveniente del apego ancestral a las palabras, y siguiendo a la encarnación de este apego, a Aristóteles y la lógica en general, el ser humano suele creer que en el lenguaje está encerrado todo el conocimiento, o la verdad (mejor decir), del mundo, y así, las palabras, que originalmente surgieron para nombrar y describir, pueden llegar a volverse en contra de su objeto u objetivo, y en lugar de describir, ahora crean realidades. De esta manera, si algo no puede ser dicho, si algo no cabe lógicamente en el lenguaje, pareciera que para el ser humano, simplemente, no existe.
Y este esencialismo, como diría Popper, lo podemos ver expresado, en todo su esplendor, en lo que Aristóteles describió como la “lógica”, lo cual no ha cambiado hoy. Así pues, otorgándole un poder mágico al lenguaje, siguiendo esta línea argumental que se ha expresado en autores como Aristóteles o la filosofía del lenguaje y la filosofía analítica, se sugiere que se debe entender que dentro del lenguaje anida la verdad y el conocimiento, y que al descifrar el lenguaje, al rumiar en él, a través de la lógica, masticada tras masticada, cada regurgitada, nos traerá un mejor entendimiento del mundo.
Sin embargo, como se dijo antes, el término Rumiar en Nietzsche no es así de dócil, sino que por el contrario puede encontrarse un sentido más amable del término en su misma obra, lo que vale la pena tener en cuenta, así como sus posibles consecuencias. De esta manera, haciéndoles extensa una experiencia personal que atesoro con añoranza, que expresa la dicotomía del término Rumiar, en el discurso de cierre de una materia de tercer año de Derecho en la Universidad Externado de Colombia, Derecho probatorio, el formidable profesor Jairo Parra Quijano, quien unos años después me comentó que la inspiración la obtuvo del célebre Maestro Estanislao Zuleta, nos deja a los alumnos un discurso en el cual nos dice el porqué debemos sentirnos orgullosos de ser abogados, y en un aparte de ese discurso, que cita toda clase de literatura universal, cita a Nietzsche de una manera que evoca la dificultad en el manejo del término, porque sugiere que Nietzsche recomienda rumiar insistentemente en la lectura, para el caso de los abogados rumiar la ley, para que así logremos encontrar la verdad y lo bello “de todas las cosas buenas”, pero tal acercamiento desatiende el lado sombrío o macabro que también tiene el término. Veamos primero esa faceta:
De esta manera, en su Ecce Homo Nietzsche nos da una “Lección de alimentación”, su elección, y refiriéndose a los libros, “… lo que nunca me tomo en serio.”, nos dice que para vivir bien hay que saber leer, pero, sobre todo, saber escoger (lo que remite a otra frase: los libros como los amigos: pocos, buenos, pero sobre todo conocidos), y nos dice, esencialmente, que la lectura compulsiva, sin método, nos puede llevar a perder nuestra creatividad y dejarnos como simples reactivos, que no son capaces de producir nada original pues necesitan entrar en contacto con polvorientos dogmas para brillar tenuemente, de esta manera Nietzsche nos dice:
“Otro acierto y autodefensa radica en reaccionar lo menos posible y rehuir situaciones y relaciones donde se esté condenado a enarbolar, por así decirlo, la propia «libertad», la propia iniciativa, y a convertirse en un simple reactivo. Esto lo asocio con el trato con los libros. El erudito, que en el fondo no hace más que «manosear» libros –el filólogo de medio pelo, unos doscientos al día—[el abogado de medio pelo diría el autor para nuestro caso], acaba por fin perdiendo del todo y absolutamente la capacidad de pensar por sí mismo. Si no manosea, no piensa. Responde ante un estímulo (un pensamiento leído), cuando piensa—al final lo único que hace es reaccionar--.”
Es decir, ante el rumiar, ante la lectura indiscriminada y sumisa que reblandece el espíritu crítico y creativo, debe reaccionar el instinto de autoconservación, que lee con método y selectivamente:
“El erudito invierte toda su fuerza en decir sí y no, en la crítica de lo ya pensado -no piensa por sí mismo…-; en él, el instinto de autodefensa se ha reblandecido; en otro caso, se defendería frente a los libros. El erudito -un décadent-. Lo he visto con mis propios ojos: naturalezas aventajadas, de constitución rica y abierta, «leídas hasta echarse a perder», convertidas en simples fósforos que hay que frotar para que den chispas [pensamientos]. Leer un libro por la mañana temprano, al despuntar el día, en todo el frescor, en la alborada de la propia fuerza, ¡yo esto lo considero abyecto!”
Así, el término rumiar, hasta ahora de lo leído de Nietzsche, antes que un adjetivo, una cualidad, en el autor significa la mala costumbre humana de rumiar sus propias producciones sin que se note en él ninguna intención creativa. Los seres humanos, en fin, para hacerlo más gráfico, seríamos como cerdos retozando en nuestra propia porquería, sin que se note en nosotros ninguna intención de salir de ella, y crear; vivimos en el lenguaje, en palabras milenarias, y eso no nos molesta en lo absoluto. De esta manera, esta costumbre nuestra nos asemeja a un fósforo: debemos ser frotados contra Platón, contra Aristóteles o Hart, para producir alguna chispa, en conclusión, hasta ahora en la obra del filósofo alemán la crítica es que el pensador, el abogado, el filólogo de medio pelo, si no manosea no piensa.
Para nuestro caso, entonces, lo explicado hasta ahora bien describe lo que sucede relativamente en el mundo del Derecho: el abogado, el humano, rumea constantemente sus propias creaciones (la doctrina, la ley), rumea constantemente en repetición sagrada del gesto cósmico original de algún autor, sin que se note un afán crítico, una vocación de escrutinio, sino que por el contrario, la lectura literal, palabra tras palabra, acentuando apartes de lo ya escrito en la ley, es a lo sumo el alcance que llega a tener la reflexión jurídica.
En otras palabras, la palabra, el lenguaje, que originariamente describía la realidad, ahora se vuelve en contra de su objeto y lo delimita, es decir, le impone un contorno lógico, lo circunscribe a su semántica, a la sintaxis, a la coordinación entre palabras, lógica con la cual entonces el objeto -la realidad entera-, no puede diferir pues será considerado como a-lógico, es decir, simplemente inexistente.
Por ello, sin más, a lo que hasta ahora se refiere Nietzsche con el “rumiar” es a la enfermiza costumbre que tiene el ser humano, que tiene el cristiano o el abogado, por ejemplo, de rumiar sus propias producciones. El humano, el cristiano, para Nietzsche, nunca sale de su lenguaje, si está en las escrituras es verdad, (verdad humanamente establecida), e ignora por completo todo lo externo al Libro.
De esta manera, Nietzsche, en su Zaratustra, claro es en cuanto al referirse al rumiar como una locución despectiva, así, en sus Cátedras de la Virtud, nos recuerda la conversación, petrificada en la palabra, cuando hacia el sabio fue Zaratustra a recibir su cátedra y, resumiendo, tergiversando las palabras del filósofo, rumiando, la conversación fue la siguiente:
El sabio dijo: “… hay que honrar el sueño y respetarlo, no es poca cosa saber dormir, hay que velar y rumiar para ello todo el día”. Ante esta reflexión, Zaratustra no puede evitar decirse para sí: “Para todos esos sabios de cátedra, tan ponderados, la sabiduría era dormir sin soñar”.
Y el sabio continúa: “…Pocas personas lo saben, pero es preciso tener todas las virtudes para dormir bien. ¿Levantaré falsos testimonios?, ¿Cometeré adulterio?... ¿Codiciaré la sirviente del prójimo?, todo eso se avendría mal con el buen sueño.”.
Así, es preciso, continúa el sabio: “velar, rumiar todo el día tus virtudes para conciliar el sueño, es preciso negarse, negar la vida durante toda la jornada para dormir bien…”
Y continúa el sabio: “diez veces al día debes vencerte a ti mismo, eso crea una buena fatiga, y es la adormidera del alma; diez verdades has de encontrar durante el día, de otro modo, buscarás verdades aún durante la noche y tu alma aún estará hambrienta; paz con dios y con el prójimo: así lo quiere el buen sueño, y paz también con el diablo del prójimo, si no, te asediará por la noche; honor y obediencia a la autoridad, ¡aun a la que claudique! Así lo quiere el buen sueño, ¿tengo yo la culpa de que el poder le guste andar con piernas cojas?; yo no quiero ni muchos honores ni grandes tesoros, eso exacerba la bilis, pero se duerme mal sin una buena reputación y un buen tesoro.”
Ante estas reflexiones del sabio, Zaratustra a su vez reflexiona:
“Así pasan el día los virtuosos. Cuando viene la noche me guardo bien de llamar el sueño. El sueño es el rey de las virtudes, no quiere ser llamado.
Sino que pienso en lo que he hecho y pensado durante el día. Rumiando, me interrogo pacientemente como una vaca. Conque ¿cuáles fueron tus diez victorias sobre ti mismo?
¿Y cuáles fueron las diez reconciliaciones, y las diez verdades, y las diez risas con que se Holgó mi corazón?
Cavilando en esas cosas y arrullado por cuarenta pensamientos, el sueño, el que no he llamado, me sorprende de pronto.”
Y terminando con esta tergiversación, con esta versión de la realidad, que es a lo único a lo que puede aspirar la ciencia, más adelante continúa Zaratustra:
“…todo sabio se complace con ver como calladamente se desliza dentro de sí el preferido de los ladrones, el sueño, y le roba los pensamientos, dejándolos como troncos. Así es pues como Zaratustra ve en la cátedra del sabio que en ella misma hay un hechizo, el humano duerme en sus mismas invenciones, en sus virtudes, y eso le complace, ahora Zaratustra comprende qué se buscaba cuando se buscaba a los maestros de la virtud, se buscaba un buen sueño, dormir sin soñar, al humano le complace dormir, la virtud, negarse.”
“Hoy aún hay algunos como este predicador de la virtud, y no siempre tan honrados como él; pero ha pasado su tiempo. Y no están mucho en pie cuando ya se tienden.”
“Bienaventurados esos adormecidos, porque no tardarán mucho en dormirse.”
Siguiendo con Nietzsche entonces, para intentar explicar mejor la idea, si Aristóteles hubiese sido quien hubiese subido a la montaña, y le hubieran pedido que describiera al sol, el águila y la serpiente, en lugar de observarlos hubiese hundido su nariz en el diccionario, y de manera lógica, con su lenguaje, hubiese intentado la respuesta mientras el sol se pusiera a su espalda, el águila volara, y la serpiente se arrastrara entre sus pies, porque si no se manosean textos, no se piensa.
De esta manera pues, hasta ahora, se puede ver cómo en Nietzsche el vocablo “Rumiar” tiene una connotación despectiva, expresa la costumbre humana de manosear sus propias producciones y libros dejando de lado toda creatividad, significa la “cita de autoridad” (a la que tanto yo recurro durante todo mi día), actitud ante la cual, según el citado autor, debemos reaccionar y ser, primero, como camellos, es decir, “Rumiar”, y cargar nuestra joroba de todas las creaciones humanas, sin embargo, segundo, allí no termina el viaje, porque después se debe ser como leones, y destruir todo eso que atesoramos por largo tiempo y con mucho esfuerzo, y tercero, ser como niños, para poder ser un principio, pureza, y a partir de ello, crear.
Sin embargo, no deja de ser curioso que el mismo Nietzsche sugiera otra interpretación para el término, y exigiera que lo leyesen y que lo rumiasen pacientemente como una vaca, lo que hace parte de las hermosas e inmanentes contradicciones de su obra. “Esos son los lectores que necesito”, pues para él su obra es la única interpretación fiel de la vida, y su Zaratustra es el verdadero gesto cósmico original revelado al profeta, el "Génesis" de la nueva moral.
De esta manera, toda una nueva posibilidad de interpretación del término Rumiar se abre con esta sugerencia nietzscheana sobre su propia obra, que es la que aprovecha muy bien Estanislao Zuleta, y cita Parra Quijano como sugerencia de vida para los abogados. Así, por el contrario, Nietzsche también es conocido por su crítica acérrima a la modernidad, a la desmembración de los conocimientos en estancos incomunicados, sin que se haga de ellos un todo armónico, pero absolutamente complejo.
Esta crítica a la modernidad, por ejemplo, es lo que lleva a Heidegger hacia Nietzsche, porque a diferencia de la tendencia moderna de pensar que todo es dado por los sentidos, y nada ajeno a ellos puede ser ciencia, Heidegger denota (en su obra Ontología: hermenéutica de la facticidad), que nada es por sí mismo, sino que todas las cosas son en su cotidianeidad, es decir, una cama no lo es porque por fuera del hacer humano o en el mundo de las ideas supraterrenas existan objetos como una cama, sino porque en la cotidianeidad de la vida humana, ciertos objetos son interpretados como una cama por el uso que de estos objetos hace el ser humano.
De esta manera, para Heidegger no existiría un conocimiento objetivo ajeno al ser humano, sino que toda la ciencia es simplemente una interpretación del mundo en el cual habita el ser humano o el Dasein, por lo que el estándar científico debiera dejar de ser meramente la observación o la experimentación, para pasar a ser un ejercicio hermenéutico, quehacer que dominan los abogados desde hace milenios y que, desde esa perspectiva, hace que el Derecho no solo pueda ser calificado como una ciencia, sino la ciencia entre las ciencias, a la manera de lo que sucede hoy con la física. En ello, claramente, reside la ruptura entre la modernidad y el postmodernismo.
Y es esa perspectiva la que acoge Zuleta y defiende Parra Quijano. A diferencia del simplismo que domina el acercamiento científico actual, que pretende ignorar las dificultades del conocimiento relegándolo a la intuición sensible, los autores defienden un acercamiento desde la complejidad, desde el Elogio a la dificultad. Claramente, la perspectiva nietzscheana y heideggeriana implican un esfuerzo hermenéutico severo para poder alcanzar un conocimiento sustentable científicamente, pero lejos de rehuir a ese esfuerzo, defienden que se debe rumiar constante y repetitivamente los textos, porque las lecturas, por el peso de la misma vida, como dice Gadamer, deben ser actualizadas en su sentido constantemente. Desde una perspectiva histórica, lo cual también defiende Ricoeur, los textos son fruto de su tiempo y son interpretados según el tiempo en el que se reproduzcan, porque nada es por sí mismo como un noúmeno, diría Kant, sino que todos los objetos de estudio son fenómenos que se dan en un contexto y son interpretados por personas históricamente situadas.
Zuleta defiende, en este sentido, que debemos liberarnos del paraíso, liberación que legaron para la humanidad Adán y sobre todo Eva, y de esta manera acoger a la complejidad de buena gana, así implique que debamos rumiar por milenios para llegar a comprender mínimamente algo. Esto lo explican también Heidegger y Ricoeur: el mito de la caída adámica implica un castigo, una maldición, porque el mundo humano está sumido en la multiplicidad de sentidos que pueden tener la vida y las cosas objeto de estudio por las ciencias, pero como sugiere Heidegger, ello no tiene por qué hacer que se reniegue de la suerte humana, sino que el ser humano debe empezar por aceptar que ha sido arrojado a este mundo de diversos sentidos, y debe empezar a vivir en él, sin, como afirma Nietzsche, añorar ultramundos perfectamente comprensibles, simples y coherentes.
Este, por tanto, es un sentido en que se puede entender la invitación y evocación que hace Zuleta a la complejidad: el mundo del conocimiento no es una cómoda simplicidad, reducible a conteos matemáticos de observaciones de cosas que están meramente ahí en el mundo, como diría Heidegger, sino que la ciencia solamente es una posible interpretación del mundo entre otras, interpretación del mundo en la que se involucra tanto el autor como el intérprete, como explica Ricoeur. Y esto significa para el Derecho, como recuerda Jakobs en su obra ¿Ciencia del Derecho: técnica o humanística?, que a pesar de que los estudiantes en la actualidad reclamen de sus profesores meras fórmulas que sean susceptibles de llenar en el futuro, el Derecho es mucho más complejo que una mera técnica, algo que Parra Quijano evoca al recordar a Nietzsche y Zuleta, cuando exige que rumiemos el Derecho, algo que el Maestro Parra defendió no solo de palabra sino con obras, pues nunca sus explicaciones han sido la mera lectura de la ley o un comentario a las leyes locales, como dice Devis Echandía, sino una visión universal, sustentada filosóficamente, especialmente de lo que debe comprenderse por Derecho probatorio.
Al final, el significado de Rumiar en la obra de Nietzsche es ambivalente, y es claro cuál de sus posibles significados acogen tanto Zuleta como Parra, lo que se acompasa muy bien con el concepto del mismo Derecho, como un gran almacén de toda la experiencia cultural humana que hay que rumiar para entender, lo que a su vez destaca la riqueza y complejidad de la obra de Nietzsche.
En seguida, comparto el video de la ponencia presentada:
Maravilloso artículo 👍🏻👍🏻